Y, es aquí precisamente en esta palabra donde radica la verdadera felicidad de la celebración del Bicentenario: acabar el sometimiento que es humillación, subordinación, esclavitud.
Por: Lucero Martínez Kasab
Hace doscientos años, un 20 de Julio de 1810, en Santafé de Bogotá patriotas de Nueva Granada –hoy Colombia–, urdieron una revuelta alrededor de la negativa del español Llorente de prestar un florero para adornar la cena con la que se atendería un evento de gobierno.
La sublevación terminó con el derrocamiento y arresto del Virrey Amar y Borbón sustituyéndose su autoridad por una Junta de Gobierno.
El golpe fue mortal porque aun cuando otras poblaciones como Cartagena, Valledupar, Cali y Socorro se habían levantado, Santafé era la capital y centro del poder colonial que con esta acción quedaba disuelto de facto.
La independencia se consolidaría en 1819 con la célebre Batalla de Boyacá comandada por Simón Bolívar.
Esta insurrección obedecía al propósito de los criollos de tener entre sus manos un mayor manejo político y comercial que, aun cuando controlaban en parte el comercio y la actividad agraria, soportaban que los mejores puestos del gobierno, la milicia, la Iglesia y de la economía lo ostentaran los nacidos en España por la sencilla razón de haberse impuesto en el Nuevo Mundo por las armas.
No obstante tan degradante posición, llegando al punto en que no se soportaba más ser mandado a la fuerza, sin representaciones equitativas en el gobierno, atosigado por impuestos, tratado como una especie inferior incapaz de pensar y gobernarse por sí misma, esta oprobiosa condición duró trescientos años de sometimiento.
Y, es aquí precisamente en esta palabra donde radica la verdadera felicidad de la celebración del Bicentenario: acabar el sometimiento que es humillación, subordinación, esclavitud.
Por eso, queremos tanto la independencia de los Estados Unidos de América del Imperio Británico porque nos demostró que la autonomía se podía consolidar y, a la adorable Revolución Francesa con su lema inmortal de libertad, igualdad y fraternidad con su Declaración de los Derechos del Hombre traducidos al Español por Antonio Nariño que nos proporcionó los cimientos de la democracia de hoy en día.
Estos grandes eventos del Siglo XVIII les mostraron a los nuestros de aquél entonces Francisco Miranda, Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, Francisco José de Caldas, Camilo Torres entre muchos más, que cuando se habla de dominar a un pueblo nada está escrito y que las mayores tenazas sobre un cuello débil pueden saltar en mil pedazos cuando el Hombre dice: hasta aquí el despotismo.
Porque nos habían impuesto los gobernantes peninsulares, tributos excesivos para financiar guerras ajenas, oficios, privilegios en la calles de unos con sombreros y sombrillas y otros a pleno sol, las bancas en las iglesias, el traslado en sillas gestatorias, el uso del bastón, de las cadenas de oro y, hasta el Don o Doña para uso exclusivo de los conquistadores o sus descendientes peninsulares y se ejercía desde ultramar la esclavitud y el dominio del pensamiento con torturas, con sufrimiento, con matanzas hasta casi acabar con la población indígena por la sobre explotación de su capacidad de trabajo porque al conquistador lo guiaba su concepto jerárquico de las sociedades y, aquí, en el Nuevo Mundo, él se creía superior.
Sólo la compasión de Fray Bartolomé de las Casas hizo posible que la Corona Española aceptara la sugerencia de traer en masa seres humanos de África mucho más fuertes que nosotros para que ayudaran con el duro trabajo y así, salvar a los nativos de un seguro exterminio. Solución triste que salvó a unos y condenó a otros.
Hemos de celebrar que nuestros antepasados criollos estudiaran, se formaran, conocieran otros mundos en sus viajes para estructurar una forma de pensar, de concebir ideas diferentes de las impuestas por el dominio español y, con ese pensamiento nuevo iniciaran una revolución, que es un giro, un vuelco, un movimiento social y político que les permitiera la supremacía del gobierno y de la economía por el derecho de ser hijos de estas tierras, quitándola de las manos de los forasteros.
Empresa nada simple porque era combatir la explotación de los nativos y negros, el saqueo, la obtención fácil de riqueza en oro, en tierras, es decir, combatir la filosofía de vivir a expensas de los demás que tanto gustaba a los españoles ante un Nuevo Mundo generoso y espléndido en todos los sentidos.
Hay que celebrar la valentía y la grandeza de los precursores y ejecutores de la Independencia porque sabiendo que al desafiar el poder español colocaban en peligro sus vidas, lo hicieron para que nosotros estuviéramos libres.
Pero, ¿qué tanta autonomía y libre determinación podemos hoy mostrarles a nuestros libertadores? ¿Acaso aprendimos que a través de los libros y del ejercicio de la capacidad de pensar podemos encender nuevas ideas que nos conduzcan al progreso?
Festejemos con verdadero alborozo la primera destrucción del poder español y que con ello se iniciara la Independencia aquél 20 de Julio de 1810 en medio de un día de mercado y que todos los allí presentes se convirtieran en un solo cuerpo sin distingos de razas o de jerarquías sociales tras el mismo sueño de quitarnos de encima a los opresores.
Celebremos que tuvimos gente heroica y lúcida al frente de las batallas; celebremos que estamos organizados por nuestras propias leyes, que todos los que nos representan en el gobierno son hijos de esta República y que es más que un momento propicio para pedirles a nuestros libertadores que nos iluminen en este Bicentenario para descubrir dónde están ahora las cadenas, el sometimiento y cuánto nos hace falta para ser realmente libres.
2 comentarios:
Según José Galat, rector y dueño de la Universidad la Gran Colombia, La independencia fué una guerra civil más de las 57 que hubo en el sigloXIX.Según el venerable vate el barrullo de la rebelíón destruyó 300 años de paz y equilibrio social que caracterizaron a la Colonia. Este comentario no es más que el refrito de Don Arturo Abella en su obra "Don Dinero en la Independencia" que sindica como ladrones de erario y oportunistas a los dirigentes criollos como Don Antonio Nariño que, había tenido dificultades a la hora de presentar las cuentas del recaudo del Diezmo.- Querida Historiadora no creo que la humillación contra la dignidad de las mayorías nacioanles desaparecieran después de 1819.- Atentamente, Euclides Camargo
Creo que no han desaparecido las humillaciones y el sometimiento. Como bien lo dice la autora, que nos iluminen los Precursores y los
Libertadores.
Atentamente,
Peter Campuzano
Publicar un comentario