por Harold Mosquera Rivas
El pasado 20 de julio tuvimos ocasión de presenciar dos manifestaciones distintas de lo que significa para nuestra patria el Bicentenario de la Independencia. De una parte, las manifestaciones oficiales, acompañadas de emotivos discursos recordando el valor y las gestas de los próceres que hace 200 años prendieron la antorcha de la independencia. Por otro lado, los pueblos indígenas, los sindicatos y otras organizaciones sociales marcharon para protestar antes que celebrar por la situación que viven en la Colombia de hoy.
Eran dos visiones completamente diferentes de la efemérides. Tal vez faltó una tercera manifestación de los descendientes de esclavos africanos que todavía esperamos el ejercicio eficaz de la libertad y la igualdad que motivaron las gestas de hace 200 años. Por falta de unidad y organización sufrimos la invisibilidad y la exclusión.
En medio de esas tres visiones de nuestra realidad, en Bogotá el Presidente de la República y el Alcalde abrieron la Urna Centenaria, con documentos o objetos de 1910 cuando en la conmemoración de los 100 años de la Independencia el Concejo de la ciudad decidió dejar ese legado para la generación del bicentenario.
El Doctor Guillermo Alberto González, Gobernador del Cauca, propuso la institución de una Urna Bicentenaria en el Consejo Municipal de Popayán, llena de documentos y objetos que dejen para la posteridad los más importantes valores de la Ciudad Blanca del 2010. Brillante idea a la que habría que agregarle una especie de premonición, para dejar señalado a quienes dentro de cien años abran la urna, que además de las fotos y documentos de capital importancia para la ciudad hoy, tenemos un sueño, anhelamos de manera uniforme que las generaciones del Tricentenario puedan disfrutar de un país en paz. Dónde cada persona sea realmente libre, para decidir sobre se desarrollo personal, para elegir su orientación sexual, su profesión u oficio, su religión, y su ideología política, sin que esas decisiones motiven discriminación o segregación. Que cada ciudadano del Tricentenario pueda disfrutar de toda la belleza del territorio patrio, montar en avión, conocer el mar en San Andrés, Bahía Solano, Cartagena, Santa Marta o Capurganá. Que la educación y la salud en sus diferentes niveles estén al alcance de todos, que nadie muera en un centro médico por falta de atención, que los semáforos, si todavía existen, sean solo un lugar de control del tráfico vehicular y peatonal. Pero por encima de todo, que la celebración del Tricentenario permita por primera vez que indígenas, afro-descendientes y mestizos tengan motivación uniforme para hacer una sola conmemoración, expresión clara de la independencia y unidad nacional que hace 200 años condujo a nuestra mejor gente a sacrificar la vida misma por hacer realidad sus sueños.
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