miércoles, 11 de noviembre de 2009

Revoluciones victoriosas pero desconocidas



Escrito por Eduardo Gómez Cerón
miércoles, 11 de noviembre de 2009
EL LIBERAL
/edgomezc@hotmail.com


Dos revoluciones silenciosas, incruentas y victoriosas han ocurrido en estos 200 años en Colombia; de las dos, la principal protagonista es la mujer.Desde el siglo XIX los políticos están intentando formas de Estado que funcionen pero no lo han conseguido: hay República pero no hay democracia; la realidad muestra diferencias sociales que se mantienen y agravan; y a los gobiernos, que en teoría está instituidos para velar por los intereses de la Nación y para lograr y mantener armonía en la vida comunitaria, se los ve comprometiendo la soberanía con potencias extranjeras y también se ve que quienes acceden a los puestos del poder político, están más para mantener o mejorar su situación que para ocuparse de hacerle un poco menos difíciles las condiciones de vida a los más débiles, a los más necesitados. La gente vive y muere librada a su suerte, entre las privaciones, la inseguridad y los altibajos del rebusque.En ese panorama tan sombrío, ¿cuál es la única institución que funciona en Colombia? La familia: si unos parientes o amigos están pasando dificultades, la familia los apoya; si algún miembro de la familia está en peligro de muerte por una enfermedad catastrófica, sus padres y hermanos se declaran dispuestos a venderlo todo, así se queden sin casa y sin mobiliario, para tratar de salvarlo. Y si hay un huérfano, la familia lo acoge, así se trate de una criatura que no es de la familia. Además, allí donde hay un grupo de doce personas que conforman una familia, caben tres más en calidad de adoptados: más acoge una familia de doce que una de tres, así en la primera los ingresos de los padres sean escasos y en la segunda se trate de personas cuyos salarios les permiten darse un nivel de vida muy cómodo. Pues bien: esa revolución, la consistente en que lo único que funciona en Colombia es la familia y que viene desde el siglo XIX (y hasta de pronto desde más atrás, desde La Colonia –porque el Estado español tampoco funcionaba para nada, mejor dicho funcionaba sólo para ellos), esa revolución fue protagonizada, silenciosa pero efectivamente, en primer lugar por las mujeres: las abuelas, las madres, las tías, las hermanas. La palabra mujer es sinónimo de generosidad, de nobleza, de ternura y de bondad.En próxima columna hablaremos de la revolución demográfica, la ocurrida en la segunda mitad del siglo XX, cuando las mujeres, por sí y ante si, decidieron tener menos hijos pese a que maridos, gobiernos e Iglesia, no las respaldaban –antes bien, las acosaban y acusaban.La diferencia entre la primera revolución y la segunda es que el precio pagado por la mujer en aquella fue convertirse en infraestructura, respaldo humano efectivo pero invisible, de esposos e hijos; en la segunda, en cambio, su sacrificio significó salvar a las siguientes generaciones de mujeres: fue más fructífero y de resultados irreversibles. Colombia presenta de las mayores cifras del tercer mundo en ingreso de la mujer a los mundos del estudio y del trabajo. En tiempos de Bicentenario es conveniente recordar estas cosas reales y no sólo repúblicas de papel.

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