Escrito por Eduardo Gómez Cerón
En tiempos del absolutismo de las monarquías europeas, las eminencias grises eran aquellos señores –cardenales, en primer término- que estaban detrás de los reyes; de hecho, detentaban el poder, sobre todo si el de la testa coronada era un poco maquetas, nada madrugador, dado a la caza, etc. Pero no hay que irse tan lejos en la historia: el vicepresidente Cheney de Estados Unidos -el que convirtió en política pública las torturas a los prisioneros de Guantánamo y demás vejámenes-, fue la eminencia gris que estuvo detrás, y hasta delante y por encima, de Bush hijo. Y éste, un tipo maquetas, probablemente poco madrugar y si no es aficionado a la caza (las vedas son muy estrictas en su país), de seguro un adicto a los video juegos.
Mientras no sean muy complicados, por favor… Ya remitiéndonos a lo doméstico, la eminencia gris del presidente Uribe es el abogado José Obdulio Gaviria, que no tiene empacho en calificar a la Corte Suprema de Justicia como partido político, cuando sus fallos son contrarios a las pretensiones del gobierno o de sus muchos (algunos, muy impresentables) aliados.
Las eminencias grises de Pastrana, por su parte, eran señores que fuman puros finos, como Camilo Gómez, a los que confiaba su “política” de paz (y la eminencia gris de Pastrana padre fue el escritor Morales Pradilla, autor de “Los pecados de Inés de Hinojosa”: todos los decretos del gobierno pasaban por su mano para que no tuvieran exabruptos jurídicos ni muchos yerros gramaticales). Las eminencias grises de Samper eran directamente políticos; algunos, como Mestre, muy comprometidos judicialmente, después de su cuarto de hora de fama y fortuna. César Gaviria, de su lado, lo que tuvo fue un kindergarten; seguramente lo gris iba en los cuellos y puños de los vestiditos de marineros de Silva, Vargas y demás muchachos del presidente.
Uno que necesitó de varias eminencias grises fue Barco: en su famoso “sanedrín” descollaban Germán Montoya, Vasco y Cepeda (el que a su vez, tenía precoz eminencia gris en su hijo, hoy magistrado de la Corte constitucional, lo que dio lugar a un titular de “Semana”: “El Cepeda de Cepeda”, a partir del cual Antonio Caballero preguntó: y ¿cuál es el Samudio de Samudio? (El general Samudio era el ministro de Defensa). Ateniéndonos a la geografía, si de la parte más cucuteña de Estados Unidos nos vamos a las cumbres (antioqueñas), la eminencia gris de Belisario Betancur fue su compañero de tertulias literarias, el genial publicista y gran erudito, Bernardo Ramírez.
El hijo de Amagá convirtió a este hijo de Pereira, en embajador ante el Reino Unido: el caricaturista Osuna hizo entonces las delicias de los lectores de “El Espectador”, dibujando al descomplicado proveniente del eje cafetero, en el momento de descender, envarado, de la carroza en que los diplomáticos del mundo entero van a entregarle credenciales a Isabel II de Inglaterra, y de paso a hacerle menos aburridora otra tarde de su interminable reinado. Con respecto al ex presidente Turbay, cualquiera, incluido el prudente lustrador de sus zapatos, podía ser su eminencia gris. Del ex presidente payanés Valencia, sin duda la suya fue el gran escritor Pedro Gómez Valderrama, su panegirista y ministro de Educación.
Carlos Lleras Restrepo no necesitaba: él era su propia eminencia gris. López Michelsen tampoco, pero si la hubiera necesitado, pocos se le hubieran medido a soportar su políglota petulancia. Alberto Lleras, por su parte –otro que no necesitaba eminencia gris-, mantuvo un entretenido diálogo intelectual con los escritores Hernando Téllez y Daniel Arango; a este último, autodidacta como el presidente, lo hizo ministro de Educación, y la muerte del primero la lloró en público, en precioso texto. La eminencia gris de Rojas Pinilla fue el Dr. Antonio García, consejero desde la perspectiva de un socialismo nacionalista, y la de Ospina Pérez debió ser algún miembro de la junta directiva de la Asociación de ganaderos de Antioquia (y como los paisas son tan longevos, ese mismo hubiera podido servirle al presidente Uribe, disputándole el puesto a José Obdulio…).
Del sanedrín de López Pumarejo sí que se habló en su momento: decían que sus estupendos discursos se los redactaban Jorge Zalamea, los ya nombrados Lleras Camargo y Téllez, y el Dr. Echandía: toda una pléyade conformada por los que él descubrió y puso en la escena pública. Poco le importaba al artífice de “La revolución en marcha” que lo calificaran de ignorante, de incapaz de producir las piezas que leía: la verdad es que tuvo la educación más esmerada, con el señor Caro, redactor de Constituciones, como su profesor de estilo…
Y la lista en reversa seguiría hasta los Libertadores, diferentes hasta en eso: a Santander lo rodeó un sanedrín de conspiradores (no contra él, claro): Vargas Tejada, Ospina Rodríguez, etc., y Bolívar, si acaso dispuso de eminencias grises, las tuvo en su infancia (Simón Rodríguez, Bello); luego no necesitó de inspiradores para incitar a la mujer a la entrega y a los pueblos a la lucha. Su humanidad y espíritu fueron una sola fibra, un solo aliento.
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