sábado, 8 de mayo de 2010

.La Prensa Y El Bicentenario

Entre todas las razones para conmemorar el bicentenario de la independencia, hay una que merece especial atención: el nacimiento de la libertad de imprenta y sus libertades asociadas. Este debería ser también el bicentenario del periodismo moderno en Colombia.

Hubo antecedentes desde la edición del Papel periódico, por Manuel del Socorro Rodríguez, en 1791. Sin embargo, como advirte Renán Silva, el desarrollo de la prensa exigía el reconocimiento de las libertades –de expresión, de pensamiento, de comercio–, donde se encuentran “la originalidad” y “los nuevos caminos... para el periodismo después de 1808” (La ilustración en el virreinato de la Nueva Granada, Medellín: La Carreta, 2005).

En este bicentenario sobresalen así las fundaciones de dos periódicos: el Diario político de Santa Fé de Bogotá, que apareció el 27 de agosto de 1810 bajo las orientaciones de José Joaquín Camacho y Francisco José de Caldas; y el Argos americano, que publicaron desde el 17 de septiembre de ese año en Cartagena José Fernández de Madrid y Manuel Rodríguez Torices. Ambos periódicos formaron parte de lo que Silva llamó “prensa de transición”, pero cumplieron funciones importantes al “comunicar” ideas y “fijar la opinión pública”, señales de modernidad política.

Tanto el Diario como el Argos valoraron desde sus primeras páginas las recién conquistadas libertades. “El Diario político puede mirarse como los anales de nuestra libertad”, escribieron Camacho y Caldas en su ‘Prospecto’, aquel 27 de agosto. En efecto, la palabra “libertad” fue la que se repitió con más frecuencia en este anticipo del Diario. Sus editores expresaban con emoción ingenua: “escribimos en el seno de un pueblo libre, escribimos con libertad”. E incitaban a “literatos y sabios” a ¡escribir!, a “escribir para hacernos libre, independientes y felices”. Ya no había que temer: “la Patria es libre, libres sois vosotros”.

Camacho y Caldas se aventuraron allí a definir la libertad. La distinguieron del “libertinaje” –la falta de “todo freno y todo respeto”, la ausencia de obligaciones morales y civiles, la “suma de todos los vicios y de todos los males”. En su definición había referencias a la Roma antigua, pero hay en ella tonos muy modernos: “el hombre libre es el que obedece solo a la ley, el que no está sujeto al capricho y a las pasiones de los depositarios del poder. Un pueblo es libre cuando no es el juguete del que manda”.

Vislumbraban, también ingenuamente, un “siglo de oro” donde el “ciudadano tranquilo en el goce de sus derechos podrá entregarse a las dulzuras de la vida privada”.

Las páginas de ambos periódicos son además fuentes indispensable para estudiar los sucesos que condujeron a la independencia. Desde su número 2, a fines de agosto, el Diario comenzó a publicar un relato de los eventos del 20 de julio en Bogotá, donde se puede leer la arenga de Acebedo y Gómez –de obligatoria memorización en mis años escolares–, y se narran momentos de agitada participación popular en los que “las mujeres daban ejemplos a los soldados”. En el Argos americano –estudiado en un ensayo de María Teresa Ripoll– se puede seguir también la evolución del sentimiento emancipador, desde el apoyo a la Junta de Sevilla hasta la proclamación de la “independencia absoluta” en Cartagena.

Renán Silva se lamentaba de la poca atención que los historiadores han prestado a la prensa del siglo XIX. Hay estudios excepcionales, como el de David Bushnell. Y deben destacarse investigaciones más recientes, como las de Gilberto Loaiza sobre el Neo-Granadino o de Adriana Días sobre El Telegrama. Sin embargo, el bicentenario tendría que ser la ocasión para motivar mayor interés en la historia aún inexplorada de la prensa. Por su más amplio significado –en sus relaciones con el libro, la opinión pública, las comunicaciones–, la conmemoración de estos 200 años de periodismo moderno debería ser la gran fiesta del mundo editorial colombiano

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