miércoles, 27 de enero de 2010
El curso de la historia
eltiempo.com / opinión / columnistas Yolanda Reyes
Ahora que los festejos del bicentenario han puesto de moda la historia en las noticias de farándula, me dio por recordar la lista de batallas y de próceres en átomos volando, la anécdota del florero roto en la Bogotá social de 1810 y todos los "hechos aislados" que nos hacían memorizar en el colegio y que nos daban la sensación de estar perdiendo el tiempo entre las vidas de esos muertos a quienes denominábamos "padres de la patria".
Así aprendimos que la historia era una materia tan inerte como los listados de causas y consecuencias que recitábamos, sin sospechar ninguna conexión con la consecuencia de estar viviendo aquí y ahora y de haber heredado, con nuestra lengua y nuestro rostro, una cadena de acontecimientos que eran parte de ese contínuum llamado Nuestro Tiempo. Nadie nos explicó que el hoy podía ser consecuencia del ayer y causa del mañana y que la historia era un discurso, contado con múltiples versiones y escrito a muchas manos, para intentar dar cuenta de nuestro paso por el mundo y aventurar sentidos, a partir de las preguntas recurrentes: de dónde vinimos y a dónde vamos.
Al examinar este presente incierto y desesperanzado, se me ocurre que nuestra concepción de sociedad y nuestra forma actual de asumir la política son hijas de aquellas lecciones de historia que nos presentaban una serie de episodios accidentales e inconexos, protagonizados por unos pocos "héroes" de turno. Quizás por eso, las consejas palaciegas y los cónclaves de estos nuevos padres de la patria que suelen decidir, al filo de la medianoche, "lo que el pueblo anhela", nos parecen normales, como si aún creyéramos que el curso de la historia depende de una providencia inescrutable -o de la "encrucijada del alma" de un individuo- y como si nos hubieran eximido del deber y del derecho de influir sobre los acontecimientos.
En estos días de enero, al ordenar papeles, me topé con un ejemplar de EL TIEMPO del primero de diciembre del 2004. 'Uribe, con el camino libre para reelección', abría su titular. "El ministro del Interior y de Justicia, Sabas Pretelt, agradeció al Congreso la aprobación de la reforma y dijo confiar en que esta será avalada por la Corte Constitucional", leí en primera página, y vi la foto del Ministro en la segunda, rodeado por los representantes triunfadores. Sentí la responsabilidad de examinar con lupa algunas caras felices que hoy, seis años después, denuncian la falta de garantías para las elecciones. Esa es la historia, señoras y señores: ese intervalo que se extiende entre las caras felices y las caras largas. O, para decirlo como no nos lo explicaron nuestros textos escolares, la relación real entre causas y consecuencias.
"El Artículo 197 de la Constitución Política quedará así: Nadie podrá ser elegido para ocupar la Presidencia de la República por más de dos períodos". "Los opositores advirtieron sobre la concentración del poder en el Presidente candidato", consta también en ese Tiempo de hace seis años, que hoy puede servir de Datacrédito para elegir a quienes otorgaremos poder para representarnos. ¿No es eso lo que haríamos si se tratara de nuestros asuntos personales?
En vez de hacer festejos, la historia debería servir para despertar nuestra conciencia social y política y para saber que dejamos constancia de nuestra pertenencia a grupos que definen nuestros asuntos públicos (que también son personales). Con la capacidad de estructurar el tiempo en el lenguaje, que vamos conquistando desde la niñez, entramos en la historia. Narrar es adquirir esa conciencia que nos habilita para tomar parte en la incesante conversación entre lo construido y lo que está por construir y para saber que todos escribimos los renglones de esos diarios que serán el texto de las generaciones venideras. Por eso, conviene tener claro que, tanto los vencedores como los vencidos, nos hacemos responsables del curso de la historia, con lo que hacemos y decimos y callamos y otorgamos. Es una enorme responsabilidad, ¿no les parece?
Yolanda Reyes
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