por Luis Fernando García Núñez.
REVISTA CREDENCIAL
El Alacrán y el periodismo satírico
Sólo siete números de El Alacrán bastaron para que no pasara inadvertido en la larga y prolífica historia del periodismo colombiano, sobre todo del siglo XIX, y de ese periodismo cáustico que dejó una serie de testimonios, entre los cuales podemos mencionar El Duende, que alcanzó a publicar 78 números, El Charivari Bogotano, de muy corta duración; La Jeringa, que sólo tuvo un mes de vida; El Trovador, editado entre mayo y agosto de 1850; Cabrión, un periódico jocoso que apareció en 1853 en Ocaña; El Loco, que alcanzó 36 números. En 1858, el 13 de febrero, se presenta Las Arracachas. Luego vienen otros que el editor Nicolás Pontón hizo en su imprenta: La Bruja, Los Locos y El Chino de Bogotá, El Amolador, El Cachaco. Y podremos agregar los que publicaron caricatura política como Los Matachines Ilustrados, Periódico de los Muchachos i Muchachas, El Mochuelo, El Alcanfor, El Fígaro, El Zancudo, Mefistófeles, El Mago, entre otros.
En Popayán Los Loros, escrito en verso y redactado por los poetas Nicolás Balcázar Grijalva y Pedro Pablo Castrillón, produjo tanto escándalo como El Alacrán en Bogotá. Y es que el semanario de Germán Gutiérrez de Piñeres y Joaquín Pablo Posada, de “tendencias socialistas” y en el que “exageraron la procacidad, viéndose sus redactores frecuentemente perseguidos y vapulados”1, tuvo el título preciso para cumplir con su cometido de “moralizar el ambiente”. La ponzoña que salía de sus hojas cumplía el “objeto principal”, que era “divertirnos i divertir, no despreciaremos ocasión ninguna para el efecto, i a trueque de arrancar una carcajada a un corrillo de amables cachacos, sin escrúpulo haremos morder los labios a nuestro mejor amigo, y aun a nuestros caros parientes” 2.
Su aparición fue un acontecimiento significativo en la fría y entonces convulsionada Bogotá, que el domingo 28 de enero de 1849 conoció el primero de los siete números que se publicaron. Dice José María Cordovez Moure, en sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá, que ese día “se veía a los bogotanos formando grupos en las esquinas de las calles con la mirada puesta en las paredes. Leían con asombro el siguiente anuncio, impreso en letras gordas:
“Hoy sale El Alacrán, reptil rabioso,
que hiere sin piedad, sin compasión;
animal iracundo y venenoso
que clava indiferente su aguijón.
Estaba entre los tipos escondido,
emponzoñando su punzón fatal,
mas, ¡ay!, que de la imprenta se ha salido
y lo da Pancho Pardo por un real”3.
Y es que este semanario, que “sacudió a Bogotá con más vehemencia que el terremoto de 1785”, según E.S.M. (¿Enrique Santos Molano?) en el prólogo de una edición facsimilar, levantó muchas heridas en una sociedad desigual, autoritaria, corrupta, en la que empezaban a surgir sectores como los artesanos, comprometidos con otra forma de ver la política. Aparece, entonces, El Alacrán, que se identifica como comunista. “Como tal, habla en nombre de las mayorías oprimidas: ‘¿Por qué esta guerra de los ricos contra nosotros? Porque ya han visto que hai quien tome la causa de los oprimidos, de los sacrificados, de los infelices, a cuyo número pertenecemos’”4.
Fueron estos años de la historia colombiana difíciles y durante ellos se quiso consolidar un proyecto largamente añorado por los sectores progresistas de la sociedad colombiana y, sin duda, una de las razones del escándalo que contribuyó “a radicalizar posiciones y a reforzar no sólo los argumentos e ideas, sino el estado anímico de los artesanos, estudiantes y demás ciudadanos que inclinaron la balanza electoral a favor del general José Hilario López, aguerrido militante liberal y protagonista de la vida política desde las primeras conmociones civiles de la vida republicana”5.
FUENTE: REVISTA CREDENCIAL
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