AUTOR: JAIME OSWALDO YANZA LLAMUCA
Cuando se habla de celebración, en el mejor sentido de la palabra, se supone un evento que implica un ápice de felicidad, un espacio de recuerdos gratos, un regreso o una mirada al pasado para volver a un presente pletórico, en fin, la celebración siempre debe tomarse como referente de un hecho que por su magnitud, cambia para mejor el curso de la humanidad o afecta de manera significativa unas personas.
No obstante, en la celebración del Bicentenario de la Independencia sólo podemos hablar de la afectación significativa a unas personas, especialmente en el tema de la libertad. No se puede hablar ligeramente del bicentenario, ni se pueden hacer análisis chauvinistas con la intención de despertar un sentimiento patriótico en vía de extinción. Cuando me refiero a la libertad, me identifico con la expresión radiante y jubilosa de poder volar con la imaginación y con el espíritu. Vale la pena entonces mirar atrás y recordar qué sistema de gobierno teníamos antes del grito de independencia, pero más importante aún, analizar si la nueva república inició un verdadero proceso de depuración de la monarquía, o por el contrario, si el quiste de ese sistema fue inquebrantable y en su defensa maquiavélica, se disfrazó de democracia y siguió incólume su camino destruyendo y disipando, en medio de estruendosas carcajadas, la luz de la esperanza libertaria.
Quiénes ostentaban el poder al momento de la independencia, cuáles eran los referentes del pensamiento político de la época y, lo más importante, cómo y quiénes manejaban la economía nacional cuando se selló la independencia. No es el punto central de este artículo esgrimir nombres, ni entrar en temas xenofóbicos, pero de lo que se puede estar seguro es que los próceres de la independencia, algo tenían de españoles y de alguna manera esos genes ibéricos influenciaron sus decisiones, en especial en el campo político.
Debe entonces reflexionarse sobre el proceso político de los últimos doscientos años. La conformación de una Junta Militar que nombra el primer presidente del país, la elaboración de la primera Constitución Política y la reglamentación jurídica de las nuevas normas que regirían aquella sociedad, no deben ni pueden considerarse como punto de partida de una verdadera convivencia pacífica. No se ha considerado que todos los conflictos internos que se suscitaron desde los albores de la nueva república y que desembocaron en la guerra de los mil días (1.899 – 1.903), pudo ser, por el contrario, un retoño que creció en la conciencia de nuestros ancestros y que nos acostumbró a ver como las diferencias políticas se resuelven de manera violenta, teniendo o no la razón; la época de la violencia (1.948 – 1957), donde trescientos mil muertos son la muestra de la sevicia con que un ser humano, inyectado de fanatismo político, puede hacerle mal a su antiguo amigo, corrobora lo anterior, sin embargo, esos ríos de sangre se convirtieron en océanos y los mil días y la época de la violencia, quedan opacados ante los actos de terror que en la actualidad el conflicto armado protagoniza, pueden darse por bien servidas las víctimas de esos tiempos de horror, si comparamos aquellos hechos con los actuales, con la mirada rencorosa, con el odio infundado y el uso de la fuerza bruta de un hombre que, con moto sierra en mano, ve morir a otro lentamente mientras lo despedaza.
Doscientos años han pasado desde el día aquel en que un jarrón pudo ser la semilla que haría florecer los campos de la esperanza, de hecho, incentivó los deseos de cambio y ansias de libertad y emancipó a los nativos de esa época, los días se iluminaron pero la horrible noche nunca cesó. No es mucha la verdad académica que se transmite a través de los currículos afines a esta materia, durante muchas generaciones el sistema educativo ha permeado el pensamiento patriótico de los colombianos, cubriéndolos con un romanticismo histórico que se encargó de poblar su mente con héroes que tasaban su gloria en victorias militares, donde sus ejércitos eran sus propios peones y cuya mayor preocupación fue dejar sus haciendas solas para ir a la rapiña del poder, de ahí tantas guerras civiles y tantas Constituciones.
En sí, la reflexión de este artículo debe hacerse en torno a los niveles de nacionalismo que culturalmente manejamos, es decir, cómo se siente, qué se siente y qué implica ser colombiano cuando a la hora de una efemérides se pretende resaltar nuestro orgullo patrio. El devenir político de los últimos doscientos años no deja bien ubicado al país cuando de desarrollo social se habla, vale la pena comparar la calidad de vida actual con toda la tecnología a bordo, con aquella en la que nos compenetrábamos con la naturaleza sin el temor de un secuestro, un homicidio o un falso positivo, pienso que es bueno evocar el tiempo aquel en que el valor del dinero no se media por su peso monetario sino por el empeño de la palabra y la transparencia de los valores ciudadanos y sociales.
Doscientos años han pasado desde que la estrella de la esperanza comenzó a brillar con más intensidad, sin embargo, hoy se la ve más lejana. No es con celebraciones inocuas que debe recordarse donde nacimos, no es el tiempo el que pone las condiciones para entender que la situación política y social actual de Colombia nada tiene que ver con un hecho que se perdió en el tiempo y que arrastró en su loca carrera hacia ninguna parte, el verdadero sentimiento patriótico, muchos colombianos han perdido su identidad y buscan afanados en países extranjeros, lo que aquí nos sobra.
La desintegración familiar, la corrupción política y administrativa, la injusticia social, la pérdida de los valores cívicos y ciudadanos, el irrespeto olímpico a la Constitución Nacional, la violación flagrante de los derechos humanos, el desprecio por la vida, el presente autista, la sociedad de pasarela, la alienación derivada de la tecnología de punta y los medios de comunicación, la inversión de los valores, la inmoralidad pública, la práctica abierta y desvergonzada del hedonismo, el amor que nace de veleidades altruistas, generaciones actuales que se jactan de snobistas y la pérdida del temor a Dios, no pueden taparse con la celebración del día de la independencia, no se puede salvar una materia con el examen final cuando durante todo el semestre se la ha mantenido por debajo de 1.
AUTOR: JAIME OSWALDO YANZA LLAMUCA
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