lunes, 1 de noviembre de 2010

CARTA A UN PROCER DE LA INDEPENDENCIA

UNA NOCHE EN VELA
pro: TEOS
Era una noche lluviosa de 1816, una noche oscura cargada de presentimientos y olor a muerte, un espacio negro en el tiempo que preludiaba el doloroso encuentro de nuestro bien recordado prócer Camilo Torres con la impaciente muerte, allí está su fiel y abnegada esposa doña María Francisca tras los barrotes de arte colonial de una de las ventanas de su casa, frágil y misteriosa dueña de pensamientos fúnebres y de temblores fuertemente anclados de su desvelada alma, con la mirada trémula, la mente puesta en su amado compañero, y el corazón oprimido por un aire lúgubre que flotaba en el ambiente, como si supiera que estaba tejiendo en la coordenada del tiempo una terrible tragedia, con sus níveas y temblorosas manos abre un viejo baúl, del cual se escapa una fragancia enmudecida por los días y saca de allí una bolsita de tela repleta de papeles amarillentos y delicadamente doblados, eran las cartas que Camilo Torres le había dirigido durante largos y bien vividos años, se sentó frente a un cuadro de bordes bordados con la foto de su amorosa familia y empezó a leer esas profundas y cálidas líneas a la luz de la chimenea.
Tenía en sus manos la primera carta de amor en la que él le hacía una descripción, con esa dulzura y sensibilidad que la enamoraron y de la noche en que se conocieron, en ese momento le llegan muchos recuerdos y como si cada palabra arrancara del rincón de la memoria, momentos que estaban en la penumbra insoldable de su mente, trajo entonces a su pensamiento aquella fiesta, en la que ella estaba con un vestido color rosa y tiernos encajes que cubrían con delicada coquetería la punta de sus pies.
De repente, un caballero que se distinguía entre todos por su elegancia y buenos modales, la invitó a bailar, María Francisca no puede olvidar el miedo que sintió, cómo temblaban sus piernas, era apenas una niña y el todo un hombre y manos grandes y frías, y la tierna mujercita dejó reposar sus pequeñas manos en las de ese distinguido varón. Aunque Camilo era de pocas palabras, esa noche no vaciló en hablar, se explayó en reflexiones y le hizo muchas preguntas a las que ella, con su voz suave y temblorosa respondía lacónicamente.
Después con pausa y como si nunca hubiese posado sus hondos ojos sobre ellas, leyó las cartas del noviazgo, hermosos poemas que él le escribía constantemente, y mientras los leía, a pesar de que muchos años habían trascurrido ya, sentía que el amor por este maravilloso hombre no había menguado, por el contrario se había fortalecido como un árbol junto a las corrientes de agua.
Ese sincero sentimiento estaba tan clavado en su frágil corazón que le quitaba el aliento, tras este aluvión de emociones mezcladas con un temor sin fundamento aparente, decidió continuar su lectura, ya que se había propuesto calmar tal ansiedad y pensó encontrar en su bolsita adorada algo con que ahogar ese miedo.
Halló entonces una nota de menos de veinte palabras, en la cual le pedía desde algún lugar del país, su mano en matrimonio, recordó la ceremonia nupcial, como uno de los acontecimientos más felices de su vida, ese día ella fue la princesa de su propio cuento de hadas, y por fin iba a estar con el hombre que amaba.
En ese momento una lágrima empezó a correr por su pálido y tierno rostro, ella sabía que algo malo estaba pasando, algo le decía que su esposo estaba en peligro, nunca antes ella había experimentado semejante zozobra, a pesar de los innumerables riesgos que Camilo había enfrentado en su obstinada valentía y arrojó y en su firme deseo de alcanzar la Independencia de su tan amada tierra; tenía pánico de perderlo, no se imaginaba su vida sin él, ya se acercaba el amanecer raudo y frío y leyó la última carta en la que expresaba el sentimiento de culpa que lo agobiaba por estar lejos de casa en el día que nació su precioso hijo, hablaba de lo importante que era para él recibir un nuevo miembro de la familia, entró la mucama de la casa a la pulcra y sombría habitación y con frases entrecortadas e ideas que daban vueltas y que por fin tomaban forma coherente confirma lo que su corazón ya había intuido en la noche de recuerdos y temores: “Su esposo está muerto, ha sido abaleado por los enemigos de la Patria”. El silencio se adueño de la habitación y aún más sombría y más helada que antes y con una expresión de amarga desolación y triste agonía concluyó la vigilia más escalofriante de su vida.

No hay comentarios: