carta finalista: escribale a un prócer
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Cuando sentí que la soledad invadía todo mi ser tuve la necesidad de acortar las distancias entre tú y yo, es por eso que te escribo esta carta, desde la hermosa ciudad de Popayán. Sin duda alguna, este lugar fue construido por genios, su arquitectura es la más hermosa que jamás he visto y todas las cosas me hacen recordarte; es que aunque ha pasado tanto tiempo mi amor por ti sigue intacto.
No quiero que te angusties, pero nuestro ejército esta pasando por el peor de los momentos pues desde que salimos de Santa Fe, hemos enfrentado toda clase de problemas. Primero, fue la deserción, luego una peste que contagió la mitad de los soldados y ahora que llegamos a Popayán nos damos cuenta que el Cauca comienza a ser invadido por las tropas enemigas. Parece que el destino está conspirando contra nosotros, pero la valentía y decisión contrarrestan las adversidades.
A la ciudad llegamos el 26 de Junio, pero teníamos que esperar a que arribaran los refuerzos comandados por el Señor Custodio García Rovira, así que nos quedamos a descansar. Se convirtió en algo terrible para mí tener que estar encerrado en una casa, sabiendo que afuera había una ciudad tan fascinante como Popayán, pero esas eran las órdenes del Coronel Liborio Mejía y nadie las desobedece; además no era prudente que la gente nos viera por la calle.
No sabes cuanto admiro al Coronel, es un hombre lleno de valor y de amor por la patria. Nunca da paso atrás y hasta en las peores circunstancias se mantiene firme.
El 28 de Junio, en la mañana, recibimos la noticia de que los refuerzos prometidos por García Rovira no alcanzarían a llegar. Después de oír esto se nos dio la orden de formarnos en frente de la casa en la que nos estábamos quedando. Llenamos más de media calle, pues el ejército estaba conformado por casi 700 hombres. Nuestros superiores se reunieron entre ellos y después de un rato nos avisaron que marcharíamos hacia la cuchilla de El Tambo para darle Batalla a Juan Sámano que estaba atrincherado allí con un gran ejército.
El Coronel comenzó a pasearse por entre nuestras filas, y cuando estuvo en frente mío se detuvo para mirarme fijamente. Me pidió que les dijera a los encargados que enlutaran las banderas y destemplaran las cajas de guerra, porque íbamos para nuestros funerales. Sus palabras tuvieron un gran impacto en mí, por un lado me asustaban y por el otro me obligaban a luchar con entereza para poder vivir, o por lo menos morir con dignidad. Una vez cumplieron con lo que deseaba comenzamos nuestro largo caminar. Tuvimos que atravesar casi toda la ciudad; esa fue la única oportunidad que tuve para poder contemplar la refinada e imponente belleza del lugar.
Sediento de victoria el ejército atravesaba los abruptos caminos. Nuestro trasegar era toda una odisea, magnífica aventura de libertad, la tierra misma besaba los pasos de aquellos gloriosos hombres, cuya única coraza era el valor heredado de la patria agonizante.
Así fue pasando el tiempo hasta que completamos unas tres horas de camino. Llegamos hasta un lugar llamado Alto de Rio Hondo, era una montaña desde donde teníamos una gran perspectiva de la zona. Permanecimos allí hasta que un soldado le comunico al Coronel que había alcanzado a ver que en el puente más cercano se escondían los españoles. Efectivamente pudimos observar que nos estaban preparando una emboscada, pero como eran muy pocos se nos dio la orden de atacar inmediatamente.
Los enemigos al verse descubiertos comenzaron a disparar vanamente contra nosotros, casi en un intento desesperado de salvarse, pues nuestro ejército tenía claramente todas las de ganar.
Fue una batallita que no duro más de veinte minutos, pero como no perdimos ningún hombre y los españoles fueron aniquilados por completo, significó un gran estímulo para nosotros. Descansamos por media hora y luego continuamos nuestra marcha hacia El Tambo.
Fue un día pesado para todos, tuvimos que caminar por los indomables senderos con la continúa incertidumbre de ser víctimas de una nueva emboscada, pero pronto las tinieblas se apoderaron del firmamento así que tuvimos que pasar la noche en un caserío al que llaman Piangua.
El 29 de Junio, a eso de las cinco de la mañana, salimos resueltos a vencer en la batalla. Tardamos más o menos una hora en llegar a nuestro destino final. Todavía estaba oscuro así que decidimos esperar a que saliera el sol para tener mayor visibilidad.
El ejército quedó dividido en tres partes: la caballería y gran parte de la artillería siguieron por el camino real para atacar de frente a los españoles, todos los soldados de infantería nos quedamos bloqueando el único punto de retirada que tenía el enemigo. Un tercer grupo conformado por unas veinte unidades se quedó escondido en unos matorrales por sí teníamos que retirarnos.
Cuando por fin el sol mostró la cara pudimos ver que en las trincheras del enemigo estaban refugiados más de 1000 hombres, esta visión fue aterradora para los nuestros, y como el Coronel se dio cuenta del desaliento que había entre sus filas no pudo hacer más que arengarnos con una frase que levanto el ánimo de todos: ¡”Somos pocos comparados con el enemigo, pero les excedemos en valor y en decisión por la más justa de las causas”! Enseguida se nos dio la señal de ataque y los cañones comenzaron a disparar contra las trincheras que permanecían en pie. Pronto dos columnas enemigas salieron de su escondite para oponer resistencia, pero los pudimos enviar de vuelta a sus improvisadas murallas.
Los españoles disparaban sin tregua y sus cañones mataban a centenares de soldados, pero nosotros luchamos con vigor hasta que nuestras tropas se vieron demasiado diezmadas, pues nuestros esfuerzos eran inútiles porque las trincheras eran impenetrables.
La desesperación se apoderó de todos en el campo; algunos de nuestros superiores habían sido capturados y a nosotros se nos estaban acabando las municiones. Tan sólo veía a unos cuantos soldados corriendo en direcciones opuestas, tratando de salvar sus vidas.
Poco a poco los estallidos de las balas de los españoles fueron cesando, porque ya casi no tenían a quien dispararle y cuando creíamos que la suerte nos sonreía aparecieron detrás de nosotros las milicias de la caballería patiana que habían permanecido escondidas. Aún recuerdo con tristeza las exasperadas palabras del Coronel que anunciaba la retirada. Salimos a correr en dirección a El Tambo y a las dos de la tarde nos encaminamos nuevamente hacia Popayán.
Aquella fue una perfecta carnicería. Los cuerpos sin vida de los hombres opacaban el hermoso paisaje que se colorea en el lugar. Han quedado en mi memoria las más aterradoras imágenes y la frustración de que una vez más la patria es prisionera.
Cuando llegamos nuevamente a Popayán nos recomendaron que nos escondiéramos en una casa de patriotas, pues los españoles pronto vendrían a buscarnos ahora que tienen un control casi total de la zona.
En la casa en la que nos estamos quedando en este momento sólo hay una ventana por donde observo lo que está pasando en el exterior. Mis compañeros están muy tristes y nadie quiere hablar; por eso es que te digo que la soledad se ha apoderado de mí, porque a pesar de estar rodeado de tanta gente, es como si estuviera encerrado en una jaula olvidada. El coronel nos ha dicho que mañana nos trasladaremos a Río Negro, que es su pueblo natal.
Apenas está amaneciendo pero el bullicio del día de mercado ya se escucha por todos los rincones de la ciudad. A través de la ventana se puede contemplar el paso lento y elegante de las ñapangas vestidas con coloridos ropajes, en el fondo se levanta el hermoso Volcán Puracé, imponente y coronado de nieve.
Mi corazón emana paz cuando veo el montón de casitas blancas atravesadas por las calles empedradas. Tan sólo nos queda esperar y mantener la esperanza de que algún día podamos vivir con plena libertad.
Popayán, 30 de Junio de 1816.
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